Las relaciones afectuosas son peligrosas, conducen a ambigüedades, malentendidos y conflictos, y siempre acaban mal. Las relaciones formales, en cambio, son claras como el agua. Su reglas están labradas en piedra, no hay riesgo de malentendidos, y duran para siempre. No aprecio las relaciones afectuosas y soy un gran admirador de las relaciones formales. Donde hay relaciones formales hay ritos, y donde hay ritos reina el orden de la tierra.
Emociones. Arte. Conceptos inseparables. El arte hace que tu cuerpo reaccione, que tu piel se erice, que tus ojos se empañen y que el corazón se encoja…Y porque considero arte todo aquello que me engancha, os voy a hablar hoy, y quizá en adelante, sobre algunas series que son puro arte, y por ello transmiten pura emoción.
Hoy es el turno de “The young pope”.
“The young pope” es una delicia de los sentidos. Es una de esas series que no te puedes perder. Su director y guionista, Paolo Sorrentino, sabe sin duda cómo inspirar majestuosidad. Sólo por su montaje ya es altamente recomendable. (Véase también otras obras suyas como: “Youth” o “La grande bellezza”)
Su protagonista, el cardenal Lenny Belardo, es elegido el papa más joven de la historia con tan solo 40 años. Hijo de una pareja de hippies que deciden abandonarlo en un orfanato católico con ocho años, se cría junto a la hermana Mary, que se convierte en su único referente materno. Además de convertirse en el papa más joven, también es el primero estadounidense. Y el primero también que desayuna “Cherry Coke Zero”. Vamos, un papa moderno, pero sólo en apariencia, porque su concepción del catolicismo es tan oscura que pretende devolver la Iglesia a la Edad Media, llevar a cabo su particular revolución. Ante semejante escena, todo el mundo se pregunta cómo ha podido salir elegido. Parece que no hay otra explicación, debe ser un Santo. La búsqueda de respuestas sobre su propia historia marcará su papado.
Este controvertido papa es turbio, desagradable, contradictorio y egocéntrico. Y sin embargo, tierno, en el fondo, muy en el fondo. Su personaje es la más transparente representación del trauma infantil. Y el guión plasma con profundidad y exquisito humor sus conflictos (los suyos y los del resto de personajes nada desdeñables). Lenny ha desarrollado estrategias que le permiten sobrevivir sin volverse loco ¿o quizá un poco?
Su historia me parece relevante porque, en realidad, no difiere tanto de la que han podido vivir muchas de las personas que conozco: el abandono. El sentimiento de abandono en la infancia suele ser el principal motivo de desconfianza, frialdad y paradójicamente distanciamiento de nuestras relaciones sociales más íntimas. Insisto en sentimiento porque a veces no hace falta que se produzca un pérdida real para sentirse solo o desprotegido. Aprendemos a vivir en un mundo de relaciones formales, distantes, regladas y seguras, donde dejar que otras personas me conozcan y me puedan herir no es una opción.
Como consecuencia de esta armadura tan bien forjada nos privamos de ciertos tipos de sufrimiento, pero también de placeres, emociones positivas y caricias, dando lugar, como resultado, a una profunda sensación de soledad.
Y a veces culpamos al mundo por dejarnos solos e indefensos, por no tener a personas que nos quieran a nuestro lado y lo que ocurre en realidad, es que no caemos en la cuenta de preguntarnos cuándo nos hemos dejado querer de verdad.
Es fácil que la rabia nos haga caer en una postura victimista y al mismo tiempo rebelde ante la vida. “Te quiero, pero de lejos”, decimos a veces como si eso nos fuera a proteger de algo. Pero no es así. No somos bichos raros… ni estamos solos en este mundo. Tenemos heridas abiertas, han podido hacernos daño alguna vez. Pero el dolor, aún a pesar de ser desagradable, difícil de olvidar, no tiene porqué privarnos de uno de los sentimientos más maravillosos que existe, el amor.
Recuerda que todos tenemos heridas, más o menos vistosas… pero todos las tenemos.
No estamos solos.