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El PERDÓN NO TIENE QUE VER CON DIOS

Cuando hablamos del perdón la mente nos traslada con facilidad al discurso católico que tantas veces hemos escuchado. Todos sabemos que perdonar es “algo bueno”, pero pocos saben exactamente qué es y cómo se consigue.

La realidad es que aunque sea un concepto que asociemos a la religión, el perdón se puede concebir, entender y practicar de forma completamente ajena a la fe que uno profese.

El perdón no es decir “perdón” ni tampoco tampoco es el “perdono, pero no olvido”. En muchas ocasiones, nos esforzamos por creer que hemos perdonado a esa persona que nos ha hecho daño, pero si cuando estamos con ella sentimos la necesidad de recordarle lo que hizo o devolverle el sufrimiento con pequeñas venganzas, no hemos perdonado.

“Perdono, pero no olvido” tiene un nombre: rencor. Y el rencor es simplemente el resultado del miedo. Debemos saber que el perdón no nace del miedo, sino del amor.

El error se perdona; sin embargo, el ataque, no. Y la única diferencia entre el ataque y el error está en nuestra interpretación.

El perdón más complejo es el perdón a uno mismo, la dificultad de perdonar a otros surge del miedo, del miedo a perdonar y no ser perdonado. Por eso, para aprender a perdonarnos tenemos que perdonar a muchos otros primero.

El perdón genuino no se puede concebir sin la comprensión. La empatía es el vehículo a través del que se trabaja el perdón.

Tenemos que salir por un momento de nuestro dolor para adentrarnos en el sistema emocional y de valores de la persona que nos dañó, con el objetivo de comprender que factores motivaron su error. Estos factores siempre son amplios y variados, posiblemente nunca llegaremos a comprenderlos todos, pero hemos de hacer el esfuerzo de ampliar nuestra visión y no quedarnos con una versión reduccionista. Cuanto más conozcamos la historia vital de la persona en cuestión más fácil se nos hará comprender.

Entender qué pudo motivar el error no significa que lo aprobemos, ni que lo fuéramos a hacer en su lugar.

Es muy importante entender que comprender no significa justificar. Y perdonar no significa tener que mantenerse al lado de esa persona por más tiempo. Puedo perdonar y decidir seguir mi vida alejado de la persona que me dañó.

Hemos dicho que perdonar pasa por comprender; y comprender nos lleva directamente a la compasión. Sentir compasión no es sentir pena, sino tristeza, tristeza por la vivencia desafortunada de otra persona, esta tristeza nos suele impulsar a la ayuda, al amor.

Cuando verdaderamente comprendemos qué factores han podido motivar el error de nuestro agresor, sentimos tristeza y nos compadecemos. Entonces, nos preguntamos si esa persona necesita más sufrimiento, el sufrimiento que le provocaría nuestro castigo.

Percibir su vulnerabilidad, nos acercará la nuestra y, esto, nos alejará del miedo.

En definitiva, la empatía, la compasión y el amor nos ayudan a liberar nuestro dolor, a dejarlo marchar.

Y, eso, es el perdón.

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