

La muerte es un tabú en nuestra cultura. No nos gusta hablar de ella ni imaginarnos como queremos que sea nuestra propia muerte o la de los nuestros. Es entendible esta negación teniendo en cuenta que la muerte implica el fin de la vida que conocemos y esto nos evoca una escalofriante sensación de incertidumbre, vacío y en algunas ocasiones, “sinsentido”. Hay personas que se refugian en alternativas tras la muerte y esto les ayuda a reconciliarse con ella.
Sin embargo, la mayoría de nosotros intentamos negarla, procuramos no pensar habitualmente en ella. La percibimos como si sólo le ocurriese a los demás. Un adulto joven la ve tan lejana que a ratos se considerará inmortal. Conforme avanzamos en nuestro desarrollo evolutivo, nos damos cuenta de que quizá esté más cerca de lo que pensábamos y empezamos a echar la vista atrás.
Esa vista atrás nos permite evaluar el significado que tiene o ha tenido nuestra vida, algo que se ha demostrado de vital importancia conforme uno encuentra su final más cerca. La crisis de los cuarenta no es más que un balance coste-beneficio de nuestra historia previa. Los ancianos cada vez pasan más tiempo contando historias pasadas que les ayudan a reafirmarse y dan a su vida el sentido que necesitan para no abandonar este mundo con la desagradable sensación de vacío existencial.
Lo cierto es que no sabemos para qué exactamente existimos, pero el hecho es que lo hacemos, y no queremos morir sin darle un significado a esta existencia. Por tanto, hemos de entender que para un mayor es tan importante repasar sus anécdotas como para un joven soñar con el futuro.
Cuando nos atrevemos a preguntarnos cómo queremos que sea nuestra propia muerte tendemos a contestar: rápida, sin sufrimiento, “que no me entere”. Hemos aprendido que ésta es la forma en la que menos sufre el protagonista de la historia, incluso los familiares, ya que no tienen que pasar por el duro proceso de un enfermedad terminal. Sin embargo, si volvemos a las reflexiones de los párrafos anteriores, ¿qué pasará con el proceso de cierre de una persona que muere fulminantemente y no se lo esperaba? Probablemente no habrá tenido la oportunidad de perdonar y ser perdonado, de decirle a sus familiares lo mucho que significan para él o, simplemente, no otorgará un sentido a su vida ni sentirá que deja nada importante como legado a aquellos que más lo aprecian. Quizá no sea tan malo saber nuestra fecha de caducidad si esto nos va a facilitar y enriquecer en este proceso.
Hay enfoques existencialistas que promueven tener la muerte en mente a la hora de desarrollar nuestra vida para aprovecharla al máximo, para disfrutar de las cosas como se disfrutan aquellas que uno sabe efímeras, para dar y recibir, para no mirar atrás y encontrar un agujero negro, para sonreír mirando atrás, al frente y hacia delante, pero, sobre todo, para no perdernos en el camino de lo que es realmente importante.
Quizá no esté tan mal este enfoque.