El año es nuevo, sí; pero los propósitos de año nuevo no son nuevos para nadie. Cuando era pequeña me preguntaba por qué la gente establecía sus metas a principio de año en lugar de en septiembre, que era cuando yo lo hacía, al empezar el curso. Afortunadamente, a lo largo del tiempo, aprendí que hay personas cuyas vacaciones de verano no marcan un antes y un después en su vida. Desafortunadamente, 15 días no dan para reflexionar tanto como 3 meses.
Cada año me pregunto, ¿por qué necesitamos establecer propósitos de año nuevo? ¿tan cansados estamos de nuestra propia vida que necesitamos imaginar una vía de escape una vez al año aunque luego sólo se quede en eso, en una vía de escape? Supongo que pensar que estamos cansados de nuestra propia vida es demasiado dramático y generalista, pero sí que parece existir una tendencia a buscar un respiro de la monotonía en la que estamos inmersos, a ser más conscientes de que hay cosas de nosotros mismos y de nuestra vida que queremos cambiar y a buscar un momento para hacerlo.
El problema, bajo mi punto de vista, surge cuando cuando estas tentativas de cambio nacen “guionizadas”: “me planteo cambiar ahora porque es cuando tengo que hacerlo, en enero, porque es cuando se produce un agujero en el espacio-tiempo que borra cualquier tentativa pasada frustrada y a partir de ahora todo saldrá bien”. Razonamiento más propio del pensamiento mágico de un niño de 5 años que de un adulto. “Si cierro los ojos y pienso muy fuerte en lo que quiero, lo conseguiré”. Por suerte o por desgracia la vida nos ha enseñado que las cosas no funcionan así, pero parece que en enero nuestra reminiscencia más infantil nos invade de optimismo e ilusión. Y mientras lo escribo, pienso que no está tan mal, oiga. Si la mayoría del tiempo vivimos absortos en nuestro mundo adulto de hiperresponsabilidad y preocupaciones, ¿quién soy yo para decirte que no te tomes un respiro ahora y cierres los ojos para desear algo con mucha fuerza? Desde luego que no soy nadie. De hecho, hazlo. Con suerte, de alguna manera, conseguirás reconciliarte con tus metas, aspiraciones y deseos, y por ende, contigo mismo. Así que hazlo, de verdad. Pero si te vas a decidir a poner los medios para cambiar algo, piensa también cuáles son los objetivos pequeños e intermedios cuya consecución te va a acercar cada vez más a la meta final, y cuáles son los pequeños pasos a llevar a cabo para conseguir esas pequeñas metas. Desgrana para no perderte por el camino, para no añadir otra frustración a “la maleta de las frustraciones”. Busca el momento adecuado, recuerda que la brecha espacio-temporal la generas tú donde te dé la gana, ya sea en enero o en marzo. Recuerda felicitarte a ti mismo cada vez que des uno de esos pequeños pasos, porque eso significará que aún sigues en el camino. Y sobre todo, disfruta de ese camino, de la alegría y el orgullo de ir logrando pequeños cambios y pequeñas cosas, porque si no disfrutas del mismo, sentirás que no merece la pena el esfuerzo, contribuyendo, así, a tu propio fracaso.
Y porque la felicidad es efímera. Recuerda que disfrutamos más pensando que nos van a hacer ese regalo que tanto anhelamos que posteriormente con el objeto en cuestión. Así que, tú decides.